Sobra un rey by Jose Garci­a Abad

Sobra un rey by Jose Garci­a Abad

autor:Jose Garci­a Abad [Garci­a Abad, Jose]
Format: epub
Tags: prose_history
editor: www.papyrefb2.net


El lunes oímos la misa que concelebraron los dos obispos, Juan Rodríguez de Fonseca y Diego Ramírez de Villaescusa. A don Juan se le veía muy enfermo, con la huella de la muerte en su rostro, en su voz y en sus andares. Me sorprendió que en tan penosa situación hubiera aceptado desplazarse desde Burgos, su rica diócesis, hasta Belmonte.

Pidió disculpas al anfitrión porque apenas probó bocado explicando que su estómago se resistía a los alimentos. Nos dio cuenta pormenorizada de sus dolencias, que sufría con resignación cristiana, y nos dijo que en cuanto volviera a Burgos procedería a dictar testamento. No sé si sería por su enfermedad o por alguna otra razón, el prelado me pareció más humano de lo habitual. De él había dicho fray Antonio de Guevara: «Dicen de vos que sois macizo cristiano pero obispo desabrido», y no le faltaba razón, aunque más impertinencias merecía Guevara por su impenitente costumbre de leer la plana a todo el mundo con ínfulas de superioridad insoportables.

—He accedido con mucho gusto, Juan Manuel, a tu invitación pues en este trance en que me encuentro, a punto de dar cuenta de mis actos a Nuestro Señor, será de provecho para mi alma examinar mi conciencia recordando aquellos tiempos que vivimos juntos y que cambiaron los destinos del reino. No obstante, no creo que pueda aportar gran cosa a vuestra historia.

—Te agradezco el gesto, pero yo te veo con buena salud, querido amigo —le animó cortésmente don Juan Manuel—. Ten la seguridad de que tus recuerdos son preciosos para nosotros.

—Gracias, amigo. Pero no te engañes, Juan, que estoy en las últimas. No me quejo, pues ya he cumplido setenta y dos años, y es la voluntad del Señor que le dé cuentas. El Señor ha sido bondadoso conmigo y no me negará el don de una buena muerte.

Ciertamente, me permito recordarte lector ausente, que el Señor había sido, en efecto, en extremo bondadoso con Juan Rodríguez de Fonseca. Por si no te acuerdas del ilustre obispo y gran político, te proporciono algunos detalles. Nació en Toro, era de familia noble, fue educado como yo en Salamanca, donde cursó el bachillerato en artes bajo la dirección de Nebrija. La familia tomó partido por Isabel en la guerra civil. Los Reyes Católicos le engrandecieron y le facilitaron pingües negocios. Adoptó el partido de Fernando frente a Felipe pero, muerto este, el emperador le otorgó su confianza convirtiéndole en uno de los más poderosos del reino. Ahora comparte el obispado de Burgos con la presidencia de la junta de Indias.

Me escandalizaban su ostentación y derroche, así como su altanería, pero aplaudí sus rnecenazgos en beneficio de los artistas y sus obras de caridad, como la dotación generosa que hiciera al hospital toresano y otras obras de beneficencia en Burgos. En la catedral de esta ciudad costeó la escalera Dorada y la puerta de Pellejería, joya plateresca concebida por Francisco de Colonia en la que el obispo no resistió la vanidosa tentación de aparecer en majestuosa actitud orante.



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